Uno de los mayores ideales del hombre es alcanzar la grandeza. Al menos, lo es de determinados hombres con un potencial especial en su interior, una "capacidad especial" que les permite hacer algo con destreza, unida con una llamada a la acción y a evitar la inactividad.
Pero la grandeza ha de ser, antes de ser anhelada realmente, analizada con precisión. La grandeza es la cualidad de destacar sobre los demás en algo en concreto. Pero no es destacar por algo negativo, no es destacar de manera fácil y rastrera, sino que es brillar con luz propia y genuina, alzarse sobre la masa de pasivos y abrazar lo más alto. ¿Es, por tanto, deseable la grandeza? La grandeza puede estar en muchas ocasiones ligada a la fama, y en la actualidad, la grandeza que es famosa está realmente denostada. Llegar a ser alguien con una gran personalidad, y explotar al máximo el potencial lleva a la envidia y al resentimiento de aquellos que, o bien carecen de potencial, o que dejan que se pudra en su interior. Ese resentimiento hará que traten de hacer caer a los gigantes de sus torres, sólo por el hecho de ser más grandes. Por tanto, antes de tratar de ser grande, una persona debe decidir si prefiere consagrarse a otro tipo de vida, no necesariamente dejando pudrirse su valía, sino simplemente consagrándola a tareas más "familiares" -esto es, si alguien dotado para la música decide que no quiere destacar, pero dedica su talento para componer una canción para, por ejemplo, un hijo: ésta persona no deja que su potencial se pudra en el resentimiento, pero tampoco lo explota para compartirlo con los demás, simplemente juzga que la grandeza no es para él, lo que no es, en absoluto, criticable-.
Para alcanzar la grandeza se debe seguir una serie de pasos. Seguramente no sean pasos infalibles y no sean aplicables a todos los casos, pero sí que resultan cuanto menos acertados, y esenciales para entender la naturaleza misma de la grandeza y decidir si es realmente o no deseable. Será, en cierto modo, como un Bushidô del talentoso. Una serie de pasos para alcanzar el virtuosismo en la materia en cuestión, de manera que se pueda alcanzar el máximo punto de grandeza.
En primer lugar, se debe analizar la naturaleza del propio potencial. No todas las personas están igual de dotadas para las mismas áreas. Existen personas dotadas para las artes, para las ciencias, para el deporte, etc. Actualmente ser un "hombre del renacimiento", dado lo avanzado de cada una de las materias, es practicamente imposible. No se puede ser el mejor físico nuclear, a la vez que el mejor literato y que el mejor corredor de fondo. Uno ha de decidir hacia dónde le llama la vocación, que acompaña siempre al potencial. De todos modos, este tratado va más encaminado hacia cualquier modalidad artística, más que de otro campo.
El segundo paso consiste en encontrar los medios para hacer que el talento pueda desarrollarse. En muchas ocasiones las circunstancias en las que la persona ha nacido puedeque incluso le hagan ignorar involuntariamente su propio potencial. En otras, la escasez de recursos hará imposible el desarrollo del mismo. En cualquier caso, se ha de buscar el modo -lo cual no es fácil en absoluto- de llegar más lejos. Esta parte resulta especialmente dura, porque esto afecta a las demás áreas de la vida del individuo. Debe encontrar maestros que le instruyan en aquello para lo que está llamado, de tal manera que conozca los predecesores y las ideas contemporáneas a si tiempo. Pero no se debe olvidar que un maestro es alguien con vocación frustrada, es decir, un profesor de pintura es alguien que anhelaba verse expuesto en grandes museos, pero que se ha de ver limitado a transmitir sus conocimientos, para que al menos, no queden en vano. Por tanto, todo alumno resultará mediocre si no supera a su maestro. En cuanto a las otras áreas de la propia vida a la que afecta esto, está principalmente el área afectiva. Los sentimientos nos vuelven torpes e ineficaces. Nos nublan la vista clara de la ambición, trabando nuestro camino hacia la grandeza. Por tanto, se ha de olvidar, por duro que sea, el amor. El amor, especialmente, y, por extensión, su antítesis el odio, puede ser una fuente de inspiración, pero a menudo resulta entumecedor. Actúa como una droga, proporcionando euforia mental, pero torpeza física. Por tanto, en caso especialmente de los llamados al arte, los sentimientos han de ser no eliminados, sino utilizados como materia de modelaje. El amor intenso, así como el dolor por una pérdida, etcétera, han de ser elementos inspiradores que ayuden a alcanzar cotas más altas, y que doten al artista de individualidad, de originalidad. Porque las experiencias propias, así como la asimilación de las mismas, son siempre únicas, íntimas e intransferibles.
En tercer lugar, se debe eliminar la duda, y sus consecuencias, el miedo y la pereza. Si ante la dura prueba que supone el segundo paso -la vida consagrada al potencial- el hombre duda, y se deja llevar por el miedo, acabará aborreciendo su propio potencial, y negándolo. Si por miedo a no ser aceptado, o a fracasar, o a tener que dejar de vivir como hasta entonces, el hombre deja de lado su potencial, acabará aborreciéndolo, y finalmente, será el punto en el que pueda decidir si dejar que se marchite, o si consagrarlo a la manera más familiar antes mencionada. En el hombre está la capacidad de elegir, y nadie dice que la grandeza sea lo más deseable o lo más fácil. Si, por el contrario, se echa atrás por pereza, por miedo al esfuerzo, el potencial se convertirá irremediablemente en resentimiento contra aquellos que si que tuvieron el valor de continuar. En el caso del miedo, es una vía de escape aceptable pero no legítima, pero la pereza es directamente despreciable, por ser hija del conformismo, y de la voluntad de convertirse en una oveja más del rebaño.
En cuarto lugar, una vez aceptada la vía de la grandeza, se debe abrir plenamente el espíritu a uno mismo. Es decir, aceptarse tal y como se es, con virtudes y defectos. Ésto es especialmente importante, porque uno debe potenciar sus virtudes y elegir qué hacer con sus defectos. Puede optar por disimularlas, lo que no es malo en absoluto. Lo malo es esconderlas con vergüenza, puesto que se convertirán puntos débiles fácilmente atacables por los rivales. Lo otro que puede hacer es optar por el cinismo, y alardear de dichos defectos, convirtiéndolos en una manera de destacar, pero esta es una vía peligrosa. Si se hace bien, se puede destacar excéntricamente, es decir, de manera plenamente original y personal, de manera que se brillará mucho. Pero se puede caer a lo más bajo si ese cinismo se torna en chabacanería y se olvida el objetivo primordial. Así uno se convierte en un creador de usar y tirar. Así sólo se demuestra la poca voluntad real de grandeza.
En quinto lugar, se debe tener claro el sistema de ideas y lo que se quiere transmitir. Esto es, se debe crear el concepto de uno mismo, de losintereses e ideas propias, para proyectarlos en las creaciones. Uno debe crear sobre la base de lo que se quiere hacer, no crear por crear. Hacer algo con un mensaje concreto, que vaya más allá de la anécdota. Para eso, se debe abrir de nuevo el espíritu a uno mismo y ver qué es lo que quiere decir en realidad con ese potencial. En qué quiere emplearlo. Este momento es importante porque si uno se mantiene fiel a si mismo, será grande y consecuente. Si no, será un vendido, un asalariado de cualquier compra-almas de poca monta. Sería una prostitución de la vocación, que recompensaría venalmente -tanto al vendido como al que ha comprado-. Pero aquel que de verdad cree que tiene algo que decir y una manera genial de hacerlo lo hace de verdad, y no se vende. Si se hace sólo por dinero, entonces no quiere alcanzar el máximo ideal de la grandeza, es decir, llegar a ser recordado e inspirar a los siguientes, habiendo superado a los anteriores. La riqueza, aunque siempre sea importante la financiación, nunca ha de ser una primera prioridad para alguien que aspira a la grandeza.
En sexto y último lugar, se debe crear, es decir, acumular el camino elegido, lo aprendido, la experiencia vital y lo que se quiere contar, creando un estilo propio y característico. Esto no es en absoluto fácil, y he aquí el momento en el que se demuestra el verdadero potencial y si de verdad se está llamado a la eternidad. Si se logra sobresalir realmente no sólo sobre las ovejas, sino sobre aquellos a la misma altura, y sobre aquellos que han estado siempre por encima. Pocos lo lográn, se pueden contar con los dedos de una mano. Pero es el fin último, la eternidad.
Una vez expuesto el tema y los procedimientos, sólo cabe sopesar si se quiere de verdad hacer el sacrificio de la vida efectiva por la vida eterna. Este enuncaido es seductor, pero sin duda engañoso. La vida eterna es aquella de la que realmente no se tendrá ni noticia. No son pocos los genios que han muerto en el anonimato, y cuyas obras han sido reconocidas póstumamente. Y en cualquier caso, la repercusión real y la verdadera calidad de la grandeza no se comprueban sino con perspectiva histórica. Por tanto, la elección es dura y difícil, pero es algo que se ha de hacer. El mundo está lleno de grandes frustrados, de gente sencilla que decide no intentar destacar pero no convertirse en masa, de ovejas y de gente que ha trabajado duramente su potencial, aunque hayan quedado en el anonimato. Lo único que se puede hacer, pues, es intentarlo, aunque el sólo intento no sea suficiente.
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