martes, 4 de septiembre de 2007

Jaime Infante, Guardián entre el centeno

Pues sí, en estos días me siento como el protagonista de mi novela favorita: El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger (también aprovecho para decir que actualmente mi mayor ambición es llegar algún dñia a adaptar esta novela al cine y ganar por ello la Palm D'Or de Cannes, ahí es ná).
Y es así porque Holden Caulfield -el personaje- siempre se queja de ser incapaz de sentir "que está dejando un lugar". Le pasa cuando le echan del instituto, igual que le había pasado tantas veces antes.
A mí me está pasando más o menos lo mismo.
Al principio del verano, me daba lástima pensar en el instituto. Es como todo. Estás deseando que una etapa pase. Y cuando se ha acabado, te da un poco de lástima.
Pensaba por ejemplo en los compañeros -bueno, más que nada en las compañeras- que quedaban detrás. Y me daba lástima pensar "jo, me gustaba hablar de cine con esta persona" o "jo, con lo contagiosa y graciosa que era la risa de esta compañera y ya no la voy a oir más" -al igual que el de Holden, mi vocabulario está lleno de "jo"-.
Pero hace unos días pasé por delante de mi viejo instituto -no puedo evitarlo, vivo muy cerca, y está en medio de una de mis rutas principales: casa-tienda de cómics-. Estaba caminando tan tranquilo, con Happy Together sonando en los auriculares, cuando me dí cuenta de que tenía una sonrisa de bobo en la cara.
Paré. Me quedé mirando el gimnasio donde tantos malos ratos había pasado -odiaba la Educación Física-, la ventana del aula de Francés -una de las pocas clases que me gustaban-, el parking, donde pude reconocer algunos de los coches de mis antiguos profesores. Y no me dio ninguna lástima. Estaba feliz, en plan "que te jodan, I.E.S. El Pinar, tú a mi ya no me alcanzas".
Seguí caminando, y la sensación era la misma que cuando uno acaba un libro y lo cierra. Se queda un rato sentado -o tumbado, o como quiera que lea-, aún impregnado en las últimas palabras de la obra, y lo paladea. O como cuando uno sale del cine, de ver una película que le ha maravillado, y a pesar de querer comentar la película, se queda en silencio, maravillado por lo que acaba de presenciar. Me sentí como Robert De Niro después de violar a Deborah en Érase una vez en América. Contradictoriamente genial.
Ahora, si miro hacia delante, me acuerdo de algo que me dijo alguien muy querido: "los años de instituto están bien, pero siempre son frustrantes. Los de universidad son realmente buenos". Espero que así sea.
Hablando sobre sueños y futuro, siempre acabo cayendo en una serie de tópicos. El hecho de querer llegar a ser un gran director, reconocido y admirado; querer tener casas en ciudades como París, Amsterdam, Hong Kong o Tokio; y uno de lo más raro. El extraño deseo de que algún día ese instituto deje de llamarse I.E.S. El Pinar y pase a llamarse I.E.S. Jaime Infante. Porque si llego a hacer todo lo que quiero llegar a hacer, habré sido la persona más importante que haya pasado por él. Un lugar al que he llegado a odiar tanto, cobrará una nueva y brillante dignidad simplemente porque yo suspendía las matemáticas en él, o porque gané el premio de relato corto el último año, o porque nunca me dio la gana jugar al fútbol en E.F.
Y ese día yo miraré atrás y volveré a decir "que te jodan, I.E.S. Jaime Infante".

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